Querido lector,
te traigo hoy un cuento. Es curioso como en los detalles más simples puede uno encontrar inspiración para escribir unas líneas.
Espero de todo corazón que éstas os gusten.
El pez de escamas plateadas
La magia existe. No importa que creas o no en ella; existe.
Igual que el sol no deja de salir por las mañanas por que tu creas que no va a
salir. Del mismo modo que la luna, puntual, ilumina nuestras noches aunque tu
mirada no la espere impaciente. De igual manera la magia existe.
Ésta es una de tantas historias en las que una persona
incrédula descubrió que por mucho que tratase de negarlo, su mundo estaba
envuelto en magia.
Hace muchos años, en un pequeño pueblo pesquero en el norte
de España, en una zona conocida como “Costa da Morte”, vivía una familia muy
humilde. Subsistían de lo que el cabeza de familia y el hijo mayor pescaban con
su pequeño barco, pero durante los últimos meses apenas consiguieron suficiente
para dar de comer a la familia, cuanto menos para poder vender en el mercado de
la ciudad y sacar lo necesario para los gastos básicos.
Además del padre y el hijo mayor, vivían en la casa otras
dos hermanas; Nica, de 12 años y Cora, de 7.
Las dos jóvenes eran dos polos opuestos. Nica era un chica
muy madura para su edad, demasiado. Desde pequeña tuvo que trabajar para ayudar
a su madre, que enfermó cuando la joven apenas contaba 7 primaveras y murió dos
años después. Prácticamente toda su vida
se había encargado de las labores del hogar, y de cuidar a su hermana pequeña.
Cora, sin embargo, era una niña soñadora. Siempre estaba
feliz, siempre jugando. Veía la luz incluso en los páramos más oscuros. Era
también el ojo derecho de su padre, quien veía en la niña la viva imagen de su
difunta esposa.
Las penurias económicas jamás borraban la sonrisa de la cara
de la joven Cora. Nica sin embargo era más consciente de la situación. Su padre
no recordaba la última vez que había oído reír a su hija mediana y eso sin duda
le quitaba el sueño, más aún que la escasez que sufrían.
Nuestra historia comienza una mañana del mes de abril en la
que Nica y Cora se habían adentrado en el bosque para lavar la ropa de la
familia en un riachuelo que corría relativamente cerca de su cabaña.
Cora, como siempre, cantaba canciones sobre meigas que oía
en el pueblo cuando iba a comprar con su hermana y Nica, como era habitual, le
regañaba diciéndole que debía olvidarse de cuentos de hadas y vivir más en el
mundo real.
Según estaban lavando, mientras Nica frotaba la camisa de su
padre, vio algo reluciente en el agua. Movida por la curiosidad, se acercó y lo
tomó entre sus dedos.
Conforme lo sacaba del agua, el sol reflejado en él le dotó
de un brillo singular, como nunca lo habían visto.
En cuanto lo vio la pequeña de la familia se exaltó,
comenzando a elucubrar sobre su posible origen (místico, por supuesto). De
todas las ideas que pasaron por su cabeza, la que sin duda surtió mayor impacto
en ella fue la del amuleto milenario.
Para Nica no era más que algo brillante con forma de pez,
pero Cora no dudaba que esas escamas plateadas estaban rodeadas por un halo
mágico.
La hermana menor se quedó con el colgante y tan pronto como
llegaron a casa se abalanzó corriendo sobre su padre y con sus pequeños brazos
le rodeó el cuello, poniéndole el presunto amuleto.
“Verás como nuestra suerte cambia, papá”.
El padre no pudo llevarle la contraria a su hija, y aceptó
de buen agrado el regalo de la pequeña.
El día siguiente, como de costumbre, salieron a pescar padre
e hijo. Fue un día ordinario; no volvieron con las redes vacías, pero casi.
Pero Cora no perdió la esperanza. Día tras día, antes de que
su padre y hermano fueran a pescar, les recordaba que llevasen su amuleto.
“La magia tarda” decía, con su perpetua sonrisa.
Tanto el padre y el hijo como Nica habían perdido la
esperanza. Para ser más exactos, nunca la tuvieron, pero cada vez estaban más
preocupados por la pequeña. El miedo a que se sintiese decepcionada les comía
por dentro.
Sin embargo tras un par de semanas, algo cambió. Tan pronto
como los pescadores llegaron a la cabaña, sin tan siquiera abrir la boca, Cora
supo que algo había cambiado. El brillo en los ojos de su padre y hermano fue
más elocuente de lo que pudieran ser sus palabras. La pequeña supo que el
amuleto por fin había funcionado.
Entonces fue corriendo a preguntarles qué había pasado, qué
habían hecho para activar el amuleto.
Mientras tanto Nica estaba en la cocina, escéptica sobre
toda la historia, preparando la cena. No quería oír más cuentos de hadas. Para
ello no había sido más que un día de suerte.
Cora aquél día durmió mejor que nunca. En su interior estaba
segura de que gracias al amuleto su familia saldría de la miseria.
Al día siguiente, como había hecho desde el día que aquél
pez de escamas plateadas había llegado a casa, se levantó temprano para
despedir a su padre y a su hermano y recordarles que llevasen su amuleto. Así
lo hicieron y, de nuevo, volvieron a casa con las redes llenas. Y el día
siguiente. Y el siguiente.
El pobre barco ya apenas era capaz de aguantar el peso de
todo lo que pescaban padre e hijo a diario.
Nica, ante su asombro, no pudo más y una noche, cuando Cora
ya estaba en la cama, preguntó a su padre qué habían hecho, cómo era posible un
cambio tan radical de la noche a la mañana. No podía comprender cómo habían
pasado de apenas pescar lo suficiente para comer a pescar tanto que su barco no
soportase la carga diaria.
El padre, sonriendo, miró a Cora que disfrutaba de un
plácido sueño y después, sonriendo él también, tomando en su mano el amuleto,
le dijo a Nica: “Magia”.
Ella le miró asombrada. No podía creer que su propio padre
hubiese entrado en el juego de su hermana pequeña. El pescador, al leer en su
mirada la incomprensión de la joven, le dijo que se sentase junto a él, al
calor de la lumbre, donde han de transmitirse las historias importantes.
Rodeándola con su fuerte brazo, le contó que la magia
siempre ha existido. Que desde tiempos que la memoria no puede llegar a
recordar, la magia ha habitado esas tierras, pero que con el paso del tiempo,
la gente dejó de creer y así ésta fue perdiendo su poder. Le dijo que en la
antigüedad había muchos amuletos que canalizaban esta magia. Cora encontró uno,
pero estaba dormido. Por eso en un principio parecía que no era más que una
simple reliquia olvidada.
“Entonces padre, ¿por qué ahora ha funcionado? ¿Qué lo ha
despertado?”
“Cariño” le dijo, mirándola con la ternura que sólo un padre
puede profesar por una hija, “la magia necesita el combustible más fuerte que
existe en este mundo - la ilusión. Tu hermana, creyendo tan fervientemente en
la magia, nos contagió su ilusión y así el amuleto ha recobrado su fuerza”.
Pasaron las semanas y la familia compró un barco nuevo, para
poder trasportar todo lo que pescaban a diario. Tras unos meses, compraron un
carro nuevo, un robusto caballo para tirar de él y llevar a la aldea pescado
que nutriese a todos los habitantes. Poco tiempo después, el pueblo volvió a
gozar de prosperidad, y sus habitantes volvieron a creer en la magia.
La sonrisa de Cora iluminaba al padre pescador y a su ya no
tan joven hijo.
Y Nica, escéptica como era, llegó a entender que por que no
creamos en algo no quiere decir que no exista; pero al creer, lo dotamos de una
fuerza infinita.
Recuerdo que esta historia me la contó un anciana en un
pequeño pueblo en el norte de España, en una zona llamada “Costa da Morte”. A
él se lo había contado su madre, y a ésta su abuela. La historia había pasado
de generación en generación, remontándose a una anciana curandera que vivió en
aquel pueblo a la que, si mal no recuerdo, llamaban “Anciana Nica”.
Para tí.