martes, 30 de julio de 2013

Nueva familia

Querido lector,
me permito dejarte aquí un pequeño texto, unas breves palabras de despedida para mi grupo de la Universidad de Rutgers del verano de 2013.
Espero que te guste.

Nueva Familia


Es curioso esto de las relaciones personales y la amistad. Puedes conocer a alguien toda la vida y apenas tener un vínculo que os una y, sin embargo, con gente que conoces de tan sólo una semana se afianzan lazos que van más allá de la amistad.

Ésta es la historia -breve- de un grupo de estudiantes que llegaron a España siendo prácticamente desconocidos, pero que volvieron como una gran familia.

Allá por el tiempo en que junio y julio se encuentran, treinta y cinco estudiantes se embarcaron en un viaje que sin duda cambiaría sus vidas.
Llegaron a Madrid (más p’allá que p’acá), donde tres jóvenes asistentes les recibieron entusiasmados.
La ciudad dorada les recibió con los brazos pero, sobre todo, con el corazón abierto.
Corazón que se fusionó con los suyos en uno. Un latir. Un sentir. Una familia.
Pasaban sigilosos los días y entre clases, incursiones a lo largo y ancho de la península, paseos, pachangas y diarios, agosto comenzó a asomar las orejas.
Surgieron sentimientos encontrados. La añoranza de la madre patria frente a la tristeza de la fugacidad del tiempo en su nuevo hogar.
Pastoreados por una familia que pasó de dos a casi cuarenta hijos, llegaron al final de sus días en Salamanca.
Entre lágrimas de tristeza y alegría, dejaron atrás la ciudad del Tormes para adentrarse en territorio de megias.
Con la cadencia de las campanadas del apóstol llegaron siempre juntos, hasta el mismísimo fin del mundo.
Un fin del mundo que, en palabras de aquél cuya batuta orquestó ese viaje, les acercaba a su casa.
Pero un fin del mundo que anunciaba también el fin de ese mes que parecía haber escapado a la realidad para ofrecer una experiencia única en sus vidas.

No puedo deciros, amigos y amigas, qué fue de ese grupo. Sólo el tiempo podrá completar esta historia.
Lo que sí puedo deciros es que éste no es el final de un viaje, sino el principio de una familia.
Sólo me queda daros las gracias por un mes increíble.

A todos os digo...

GRACIAS POR NACER 
NUNCA, NUNCA, DEJÉIS DE SOÑAR.

domingo, 28 de abril de 2013

El pez de escamas plateadas


Querido lector,
te traigo hoy un cuento. Es curioso como en los detalles más simples puede uno encontrar inspiración para escribir unas líneas.
Espero de todo corazón que éstas os gusten.


El pez de escamas plateadas


La magia existe. No importa que creas o no en ella; existe. Igual que el sol no deja de salir por las mañanas por que tu creas que no va a salir. Del mismo modo que la luna, puntual, ilumina nuestras noches aunque tu mirada no la espere impaciente. De igual manera la magia existe.
Ésta es una de tantas historias en las que una persona incrédula descubrió que por mucho que tratase de negarlo, su mundo estaba envuelto en magia.

Hace muchos años, en un pequeño pueblo pesquero en el norte de España, en una zona conocida como “Costa da Morte”, vivía una familia muy humilde. Subsistían de lo que el cabeza de familia y el hijo mayor pescaban con su pequeño barco, pero durante los últimos meses apenas consiguieron suficiente para dar de comer a la familia, cuanto menos para poder vender en el mercado de la ciudad y sacar lo necesario para los gastos básicos.
Además del padre y el hijo mayor, vivían en la casa otras dos hermanas; Nica, de 12 años y Cora, de 7.
Las dos jóvenes eran dos polos opuestos. Nica era un chica muy madura para su edad, demasiado. Desde pequeña tuvo que trabajar para ayudar a su madre, que enfermó cuando la joven apenas contaba 7 primaveras y murió dos años después.  Prácticamente toda su vida se había encargado de las labores del hogar, y de cuidar a su hermana pequeña.
Cora, sin embargo, era una niña soñadora. Siempre estaba feliz, siempre jugando. Veía la luz incluso en los páramos más oscuros. Era también el ojo derecho de su padre, quien veía en la niña la viva imagen de su difunta esposa.
Las penurias económicas jamás borraban la sonrisa de la cara de la joven Cora. Nica sin embargo era más consciente de la situación. Su padre no recordaba la última vez que había oído reír a su hija mediana y eso sin duda le quitaba el sueño, más aún que la escasez que sufrían.

Nuestra historia comienza una mañana del mes de abril en la que Nica y Cora se habían adentrado en el bosque para lavar la ropa de la familia en un riachuelo que corría relativamente cerca de su cabaña.
Cora, como siempre, cantaba canciones sobre meigas que oía en el pueblo cuando iba a comprar con su hermana y Nica, como era habitual, le regañaba diciéndole que debía olvidarse de cuentos de hadas y vivir más en el mundo real.
Según estaban lavando, mientras Nica frotaba la camisa de su padre, vio algo reluciente en el agua. Movida por la curiosidad, se acercó y lo tomó entre sus dedos.
Conforme lo sacaba del agua, el sol reflejado en él le dotó de un brillo singular, como nunca lo habían visto.
En cuanto lo vio la pequeña de la familia se exaltó, comenzando a elucubrar sobre su posible origen (místico, por supuesto). De todas las ideas que pasaron por su cabeza, la que sin duda surtió mayor impacto en ella fue la del amuleto milenario.
Para Nica no era más que algo brillante con forma de pez, pero Cora no dudaba que esas escamas plateadas estaban rodeadas por un halo mágico.
La hermana menor se quedó con el colgante y tan pronto como llegaron a casa se abalanzó corriendo sobre su padre y con sus pequeños brazos le rodeó el cuello, poniéndole el presunto amuleto.
“Verás como nuestra suerte cambia, papá”.
El padre no pudo llevarle la contraria a su hija, y aceptó de buen agrado el regalo de la pequeña.
El día siguiente, como de costumbre, salieron a pescar padre e hijo. Fue un día ordinario; no volvieron con las redes vacías, pero casi.
Pero Cora no perdió la esperanza. Día tras día, antes de que su padre y hermano fueran a pescar, les recordaba que llevasen su amuleto.
“La magia tarda” decía, con su perpetua sonrisa.
Tanto el padre y el hijo como Nica habían perdido la esperanza. Para ser más exactos, nunca la tuvieron, pero cada vez estaban más preocupados por la pequeña. El miedo a que se sintiese decepcionada les comía por dentro.
Sin embargo tras un par de semanas, algo cambió. Tan pronto como los pescadores llegaron a la cabaña, sin tan siquiera abrir la boca, Cora supo que algo había cambiado. El brillo en los ojos de su padre y hermano fue más elocuente de lo que pudieran ser sus palabras. La pequeña supo que el amuleto por fin había funcionado.
Entonces fue corriendo a preguntarles qué había pasado, qué habían hecho para activar el amuleto.
Mientras tanto Nica estaba en la cocina, escéptica sobre toda la historia, preparando la cena. No quería oír más cuentos de hadas. Para ello no había sido más que un día de suerte.
Cora aquél día durmió mejor que nunca. En su interior estaba segura de que gracias al amuleto su familia saldría de la miseria.
Al día siguiente, como había hecho desde el día que aquél pez de escamas plateadas había llegado a casa, se levantó temprano para despedir a su padre y a su hermano y recordarles que llevasen su amuleto. Así lo hicieron y, de nuevo, volvieron a casa con las redes llenas. Y el día siguiente. Y el siguiente.
El pobre barco ya apenas era capaz de aguantar el peso de todo lo que pescaban padre e hijo a diario.
Nica, ante su asombro, no pudo más y una noche, cuando Cora ya estaba en la cama, preguntó a su padre qué habían hecho, cómo era posible un cambio tan radical de la noche a la mañana. No podía comprender cómo habían pasado de apenas pescar lo suficiente para comer a pescar tanto que su barco no soportase la carga diaria.
El padre, sonriendo, miró a Cora que disfrutaba de un plácido sueño y después, sonriendo él también, tomando en su mano el amuleto, le dijo a Nica: “Magia”.
Ella le miró asombrada. No podía creer que su propio padre hubiese entrado en el juego de su hermana pequeña. El pescador, al leer en su mirada la incomprensión de la joven, le dijo que se sentase junto a él, al calor de la lumbre, donde han de transmitirse las historias importantes.
Rodeándola con su fuerte brazo, le contó que la magia siempre ha existido. Que desde tiempos que la memoria no puede llegar a recordar, la magia ha habitado esas tierras, pero que con el paso del tiempo, la gente dejó de creer y así ésta fue perdiendo su poder. Le dijo que en la antigüedad había muchos amuletos que canalizaban esta magia. Cora encontró uno, pero estaba dormido. Por eso en un principio parecía que no era más que una simple reliquia olvidada.
“Entonces padre, ¿por qué ahora ha funcionado? ¿Qué lo ha despertado?”
“Cariño” le dijo, mirándola con la ternura que sólo un padre puede profesar por una hija, “la magia necesita el combustible más fuerte que existe en este mundo - la ilusión. Tu hermana, creyendo tan fervientemente en la magia, nos contagió su ilusión y así el amuleto ha recobrado su fuerza”.

Pasaron las semanas y la familia compró un barco nuevo, para poder trasportar todo lo que pescaban a diario. Tras unos meses, compraron un carro nuevo, un robusto caballo para tirar de él y llevar a la aldea pescado que nutriese a todos los habitantes. Poco tiempo después, el pueblo volvió a gozar de prosperidad, y sus habitantes volvieron a creer en la magia.
La sonrisa de Cora iluminaba al padre pescador y a su ya no tan joven hijo.
Y Nica, escéptica como era, llegó a entender que por que no creamos en algo no quiere decir que no exista; pero al creer, lo dotamos de una fuerza infinita.

Recuerdo que esta historia me la contó un anciana en un pequeño pueblo en el norte de España, en una zona llamada “Costa da Morte”. A él se lo había contado su madre, y a ésta su abuela. La historia había pasado de generación en generación, remontándose a una anciana curandera que vivió en aquel pueblo a la que, si mal no recuerdo, llamaban “Anciana Nica”.



Para tí. 

lunes, 4 de marzo de 2013

El libro que perdió las letras por falta de luz

Querido lector,
vuelvo a volver por estas tierras. No se por cuanto tiempo, pero lo que importa es que ahora, en este momento, estoy aquí.
Quiero compartir con vosotros el último relato, escrito para un concurso familiar.
Espero que os guste.


El libro que perdió las letras por falta de luz


En el origen de los tiempos, antes de que existiera el hombre, antes que el animal y la planta, existía la palabra.
La palabra tenía un poder prácticamente ilimitado. Tan increíble era, que el resto de fuerzas místicas le tenían una terrible envidia.
Así, un día, se reunieron todas para limitar su poder. Crearon un conjuro por el cual la palabra sólo tendría acceso a él cuando fuera evocada, bien de manera oral o escrita.
La palabra, asustada, se transformó entonces en libro, contando la historia de su magnificencia y de su maldición. Pero este libro no quedó impune al conjuro de las fuerzas místicas. Sin la luz del sol, este libro parecería un libro en blanco...

Recuerdo bien la primera vez que vi aquél libro.
Estaba lleno de polvo, en el desván de la casa de mis abuelos. En absoluto llamaba la atención; más que un libro parecía un cúmulo de suciedad.
Está grabado a fuego en mi memoria el día en que me aventuré a tomarlo en mis manos, limpiarlo superficialmente y abrirlo...
Para ser sincero, he de decir que me decepcionó bastante. El libro, que yo esperaba que contuviese algún secreto de familia, un mapa del tesoro, o alguna antigua profecía, estaba en blanco. Páginas y páginas en un tono amarillento sin una sola palabra.
Pero era extraño pues daba la sensación de que tiempo atrás aquél libro había estado repleto de palabras que contaban una historia ancestral. Sin embargo por más que escudriñé aquellas páginas en el desván, fui incapaz de encontrar el más mínimo rastro de nada.
Aquel libro volvió al rincón en el que lo había encontrado, y continuó acumulando polvo durante muchos años, hasta que un día, mis padres decidieron vender aquella casa. Cuando estábamos recogiendo todas nuestras pertenencias volvió aquel libro a mis manos.
En verdad no se qué esperaba cuando lo abrí de nuevo, pero por alguna extraña razón me invadieron unas irresistibles ganas de ojearlo de nuevo, buscando las palabras que años atrás había sido incapaz de encontrar.
En ese momento sucedió lo que cabía esperar. Seguía tan vació y amarillento como estuviera años atrás, en nuestro primer encuentro.
Lo extraordinario ocurrió unos días más tarde, cuando estaba en el jardín de mi casa, aprovechando una espléndida tarde de sol, revisando los viejos trastos que habíamos sacado de aquel desván.
Al ir a coger una de las cajas, ésta se volcó, dejando caer todo el contenido al suelo. Entre varios cacharros que a decir verdad, ni si quiera sabía lo que eran, apareció de nuevo el libro, que había quedado abierto por la mitad.
Aún ahora me cuesta creerlo, pero lo cierto es que al ir a recogerlo me di cuenta de que las páginas antes vacías, estaban ahora repletas de palabras.
Me senté en el “poyo” del jardín, y comencé a leerlo desde el principio.
Era una antigua historia, al parecer, más antigua que todo. En ella contaba como las fuerzas místicas relegaron a la palabra a un segundo plano, limitando su poder. Y cómo desde entonces ha intentado recobrarlo a través del hombre. Pero lo más extraño fueron las últimas páginas que había escritas. En ellas, se relataba la historia de cómo ese libro, que atestiguaba la mágica historia de la palabra, tras muchos años dormido entre ácaros, había perdido ya toda esperanza. La oscuridad se había apoderado de él, y había perdido todas sus palabras. Pero después de muchos años, desvanecida ya toda esperanza, un joven volvió a abrirlo, y con la luz del sol volvieron a él las palabras, las historias... la magia.

Y desde entonces soy guardián de esa historia. Soy responsable de luchar por que la palabra recobre el poder que le pertenece, y que nunca más vuelva a caer en el olvido.

viernes, 18 de mayo de 2012

Cuestión de actitud

Querido lector,
hace más de un año que no envío ninguna carta al infinito. Por falta de inspiración. Por falta de ganas. Por falta de motivos. Quién sabe, no importa.
Pero he vuelto. No se por cuanto tiempo, ni con qué afectividad, pero estoy aquí de nuevo. Y os dejo un nuevo texto, con la esperanza de que os guste.
Hasta pronto -espero-

Cuestión de actitud



Venzo a duras penas a la pereza y me levanto de la cama.

[ ]

Abro el armario, levanto todas las camisetas y cojo la última. Ésa. La que ni siquiera recordaba cómo había llegado allí.

[ ]

Ato fuerte los cordones de mis zapatillas.

[ ]

Abro la puerta de casa y comienzo a correr.

No es tan bonito como nos hacen ver las películas.

El frío no ayuda a respirar, no. Cada aspiración raspa. Es como esnifar hie...

¡Uy!

Maldita señora que se para en seco. Apunto de llevármela por delante; ¿no puede pensar que puede venir alguien por detrás y puede chocarse con ella, pudiendo impedirla de por vida?

El viento escupe la lluvia en mi cara. Sigo corriendo. Ya no se si por motivación, empeño personal, ánimo de superación... o por vergüenza de volver a los cinco minutos de haber salido. Sigo.

Dejo atrás la cuesta que se antojaba interminable y comienzo a aumentar el ritmo.

La brisa me sopla gotas de ánimo en la cara. Me ayuda a continuar, aunque ahora siento que nada puede frenarm...

¡Qué reflejos tengo! ¡Y qué divertido es ir por la calle esquivando a la gente! Te sientes como en un videojuego.

Curioso el tiempo de Salamanca. Cuando salí juraría que el mercurio marcaba bajo cero. Pero ahora estoy a gusto. El frío ya no araña mi garganta.

Me siento como en una película, cuando el protagonista se levanta a las 5 de la mañana y ve cómo despierta la ciudad mientras la re-corre, saludando a todos los comerciantes que van abriendo poco a poco sus negocios.

Me siento libre. Sin preocupaciones. Pienso claramente. Nada me preocupa salvo dar el siguiente paso.

[ ]

Me levanto de la cama. Hay muchas razones para quedarme media hora más durmiendo, para no querer levantarme. Hay sólo una para hacerlo. Pero es la que importa.

Siempre es duro empezar un nuevo día. Pero de tu actitud depende cómo vas a acabarlo.

viernes, 6 de mayo de 2011

Agujeros

Querid@ lector@,
como decía vuelvo tras una breve ausencia, y vuelvo por partida doble. Aquí os dejo otro texto. Más que un relato, yo lo llamaría parida mental, pero quería compartirla con vosotros.
Espero que os guste.

AGUJEROS
Érase una vez un agujero que siempre se presentó con el nombre de "Hombligo". No sabía muy bien de dónde venía, y cómo todos, desconocía hacia dónde iba. Pero siempre le gustó ese nombre, y actuaba como si así le hubieran bautizado.

Un agujero muy pulcro, siempre limpio, y apenas velludo. Su tez era más bien pálida, pues apenas veía la luz del sol, siempre enterrado bajo ropas de algodón.

Lo cierto es que no era mala gente, pero quizá pecaba de prepotencia el algunas ocasiones, presumiendo siempre de su supuesto status corporal.

Toda su vida había transcurrido con cierta felicidad, y sobre todo, tranquilidad.

Pero no todo lo que reluce es oro, me temo; y después de la calma viene la tempestad.

Llegó un día en que, como había ocurrido en anteriores ocasiones, una intensa luz le iluminó. Sin embargo, rápidamente volvió la oscuridad, y todo a su alrededor comenzó a moverse, como si se tratase del más duro de los seísmos. De repente notó cómo una especie de masa semisólida invadía sus cavidades, dejando un nauseabundo rastro tras de sí.

Una vez calmado el seísmo, notó la fricción de algo que se llevaba todo el rastro de aquella masa semisólida y la luz volvió a iluminarle.

Nunca es fácil asumir que no somos quien creíamos ser.

Nunca es fácil averiguar que tu nombre no es "Hombligo", sino "Hojete".

Dedicado a todos los ojetes del mundo que se las van dando por ahí de ombligos.